Una iniciativa evita que los hijos de los cartoneros acompañen a sus padres mientras trabajan

Les compartimos la nota donde partición nuestro miembro Diego Guilisasti, miembro del G 198.

Fuente: La Nación

“Me enteré de las clases de apoyo en la cooperativa donde trabajo. Primero entró mi hija mayor y este año mi segunda hija”, cuenta Yanina Gallo, que tiene 28 años, como reviviendo un gran alivio. Es recicladora o cartonera en la cooperativa Las Madreselvas, en Núñez, y tiene tres hijos: Tatiana de 12 años, Pilar de 6 años y Mateo de 3 años. Vive con ellos y Omar, su marido, en Maquinista Savio, partido de Pilar.

“Los dos salíamos a cartonear y llevábamos a mi hija mayor. A veces la dejaba con mi hermana pero no podían ayudarla con sus tareas escolares. Por eso fue y es muy importante poder dejar a mis hijos estudiando cuando salen del colegio”, agrega y explica que si bien la situación familiar mejoró, los chicos no pueden acompañarla a la cooperativa: “Por suerte mi esposo consiguió trabajo como parquista y ahora está en blanco. Y yo estoy en la cooperativa”.

Las clases de apoyo a las que se refiere Yanina son las de “Cartoneros y sus Chicos”, un centro educativo ubicado en Savio, que a contraturno de la escuela, da clases a chicos que necesitan un acompañamiento para hacer las tareas o repasar temas. Y en los hechos, es un lugar de contención social para que no se queden solos en sus casas, jugando en la calle o acompañando a sus padres en el trabajo.

Surgió como respuesta algunas mejoras en la actividad: muchos cartoneros empezaron a formalizar su rol como recuperadores urbanos en la Ciudad de Buenos Aires y dejó de ser una posibilidad que sus hijos los acompañaran a cartonear. Si las autoridades porteñas los ven trabajando con niños o niñas, les pueden sacar la licencia y quedar fuera de la cooperativa. Lo que pasaba entonces era que los chicos se quedaban solos en sus casas, muchas veces al cuidado de hermanitos más grandes y hasta faltaban a la escuela.

Según explica Yanina, todas las tardes la fundación les da a los chicos un refuerzo de los contenidos que ven en la escuela pública a la que van por la mañana. En el colegio “solo dictan clases y el que aprendió, aprendió”, dice. “Mi hija Tati va a sexto grado y todavía no sabe leer de corrido. Ahora ya puede leer mucho mejor, los profes de la fundación la ayudaron bastante”, cuenta.

Llegan sin saber leer ni escribir

Lo que vivió la hija de Yanina no es un caso aislado. Además, es una situación que condiciona muchísimo la educación inicial y de nivel primario. Según detalla Diego Guilisasti, director ejecutivo de la fundación, el 50% de los casi 200 chicos y chicas que reciben en su espacio no sabe leer ni escribir. Y, en los hogares de este grupo de chicos, solo entre un 13% y un 20% de los adultos terminaron el secundario.

Es más, un gran número de los adultos de estas casas tampoco saben leer ni escribir. Eso se suma a una fuerte inestabilidad económica y laboral que no les permite cubrir las cuatro comidas diarias. “Todos estos factores influyen de manera directa en los procesos de aprendizaje y generan una brecha abismal con quienes no tienen estos problemas”, resume Guilisasti.

Según el Observatorio de Argentinos por la Educación, a nivel nacional, de cada 100 estudiantes que comienzan la escuela en primer grado, solo 53 llegan al último año de la secundaria en el tiempo esperado, es decir, 12 años después. Mientras que apenas 16 de cada 100 terminan a tiempo y logran niveles satisfactorios de aprendizaje en lengua y matemática.

Yanina detalla cómo es su rutina diaria para evidenciar la importancia de las clases de apoyo que reciben sus hijos, de lunes a viernes. En su casa, el día comienza a las 6.30 de la mañana. A esa hora todos desayunan. Luego, las hijas mayores van al colegio, Omar a trabajar y Yanina se queda con Mateo mientras organiza el hogar. Al mediodía, busca a las chicas en el colegio, prepara el almuerzo y luego las lleva a la fundación. Mateo aún es chico así que se queda al cuidado de su tía.

“Después vuelvo a casa, me preparo para trabajar en la cooperativa y me voy. Estoy tranquila porque sé que mis hijas harán su tarea en la fundación, tomarán la merienda y jugarán. A las 16.30 mi hermana las va a buscar y en casa esperan a su papá, que suele llegar a las 19.30. Un ratito más tarde llego yo, cenamos y nos vamos a dormir”, narra

El espacio de la fundación cuenta con varias aulas, espacios compartidos y una canchita donde pasan sus recreos. Los espacios compartidos cuentan con colchonetas y una pantalla para que los chicos puedan ver contenidos multimedia. Las aulas no replican el modelo de los colegios tradicionales: tienen mesas redondas y sillas coloridas. Los recreos los tienen en una canchita de tierra que está junto a la fundación y es del municipio.

El objetivo de Cartoneros y sus Chicos es brindar apoyo escolar a niños, niñas y adolescentes de hogares pobres y darles un espacio para socializar. “Los chicos que recibimos vienen de entornos muy complejos en los que fueron y son vulnerados muchos de sus derechos como el de la educación de calidad, una vivienda digna, derecho al trabajo para sus padres, derecho a la salud, derecho a la seguridad, derecho a la alimentación saludable. Y este contexto afecta de manera directa la capacidad de aprendizaje de los chicos y chicas”, dice el director de la fundación.

El equipo de la fundación está compuesto por una coordinadora pedagógica, tres educadores para las actividades de lunes a viernes, dos coordinadoras del programa de jóvenes, dos coordinadoras del programa de alfabetización y más de 40 voluntarios.

“Ayudarlos a que puedan tomar decisiones”

Dentro de este equipo se encuentra Fernando Cañete, de 30 años. Trabaja hace tres años como profesor de historia con chicos de entre 11 y 14 años. “Mi rol es el de acompañar a los chicos no solo desde la enseñanza de contenidos sino también en su construcción como agentes sociales, agentes de cambio. Realizamos talleres para trabajar su autoestima, mostrarles alternativas de vida, ayudarlos a que puedan tomar decisiones, convivir en comunidad y ser parte de la construcción de lo que quieren alcanzar en el futuro. Aunque a veces me queda el sabor amargo de no poder brindar todas las respuestas que el contexto social necesita”, reconoce el docente.

La labor de los profesores y maestros de esta fundación es tan importante que pueden cambiar por completo el futuro de estos niños. “Todavía recuerdo la alegría de un chico, Brandon. Llegó a la fundación a los 12 años con dificultades en la lectoescritura y sostenía que no era importante en su vida aprender a leer y escribir. Le explicamos lo útil que era para ubicarse, para escribirle a alguien querido por WhatsApp. Un año más tarde, hoy, sabe leer, escribir y no paramos de sorprendernos de su avance”, dice contento Cañete

Aunque no existe un censo oficial el Movimiento de los Trabajadores Excluidos, organización que dirige la Federación Argentina de Cartoneros y Carreros, estima que son 180.000 cartoneros organizados a nivel nacional. Ese relevamiento solo contempla los que se encuentran organizados en las 145 cooperativas que hay en el país. A ellos falta sumarle todas las personas que cartonean de manera informal, que ha crecido mucho en los últimos años.

La fundación Cartoneros y sus Chicos fue fundada por la empresaria suiza Renata Jacobs que al ver esta situación se propuso armar un proyecto educativo para los hijos de los cartoneros. Al conocer a Carlos Mancilla, primer presidente de la Cooperativa Las Madreselvas, decidió crear esta fundación, que funciona desde 2011 pero recién en 2018 se constituyó como fundación e inauguró el espacio que tienen hoy.

Este centro fue armado ahí porque de los 600 cooperativistas que trabajan en Las Madreselvas, aproximadamente, 350 viven en esta zona. “Además de contar con este espacio, estamos evaluando posibles estrategias de crecimiento que nos permitan alcanzar a más chicos y chicas”, adelanta el director de esta fundación.

El foco de esta organización es la educación. Su objetivo es que los chicos puedan finalizar sus estudios secundarios y puedan elegir libremente su proyecto de vida. “Que estudien, trabajen, emprendan. Pero para que puedan elegir, necesitan contar con una larga lista de herramientas que son, justamente, las que queremos ofrecerles”, explica Guilisasti.

El acompañamiento es para chicos de entre 6 y 14 años. Y para ver cómo evolucionan, toman tres exámenes a lo largo del año. Y los logros obtenidos son muy importantes. Aunque aún no están los datos de este año, en 2021, entre el primer y el último examen, el 96% de los chicos mejoraron su nivel educativo. La mejoría promedio en el año en Lengua fue del 24%; en Matemática, del 19%; en Naturales, del 22%; y en Sociales, del 18%. Aunque el avance fue grande el equipo educativo se manifestó preocupado por el bajo nivel de conocimientos, en general.

Pero, además, ellos reciben un desayuno o merienda y diferentes colaciones como yogurt y frutas, todos los días. También, junto con Banco de Alimentos, se preparan bolsones mensuales de alimentos y productos de higiene para todas las familias que asisten a este espacio.

El financiamiento proviene, en su mayoría, de los eventos que organiza la empresaria suiza en el exterior. “El 75% de los fondos proviene de esas acciones mientras que el 25% restante de donantes individuales que nos ayudan de manera local y de aportes de empresas”, dice Guilisasti. El gran desafío que tiene por delante esta fundación es ampliar el alcance para ayudar a más chicos y chicas. Hoy tienen más de 100 niños y jóvenes en lista de espera.

Antes de terminar la entrevista Yanina pide la palabra. “Yo, que trabajo desde las dos de la tarde y vuelvo a las ocho de la noche, llevo a mis hijas a este lugar y sé que están haciendo sus tareas, están contenidas y no salen a la calle. Tati pudo avanzar mucho en la lectura y escritura. Ya lee bastante mejor. Y, al mismo tiempo, voy a trabajar tranquila”, dice con un hilo de emoción.

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