Tuve que cambiar el chip”: pasó de ser el número 1 de una multinacional a vender en la calle

Fuente: La Nación

Alfonso Bonfiglio, Chair Vistage y dueño de Anclaflex, cuenta cómo se reinventó cuando se quedó sin trabajo en plena crisis. Sus aliados, la disciplina y la constancia. Conocé la historia completa en la nota que le realizó La Nación online.

“Mi paso por la organización fue sumamente satisfactorio, aprendí muchísimo. Entré siendo jefe de Administración de Ventas, luego pasé por distintas posiciones hasta que llegué a ser el primer director delegado local. En ese momento era algo utópico y poco habitual que en las empresas extranjeras (época de los 90′) los puestos jerárquicos los lideren los locales y yo fui uno de ellos, fue algo único. Tenía a cargo cuatro empresas, cuatro gerentes generales que me reportaban a mí. Una de las cosas que fueron muy importantes para mi crecimiento profesional fue la constante formación que brindaba la organización. Tuve dos grandes mentores que me enseñaron y ayudaron muchísimo a desarrollarme”.

Durante casi 20 años Alfonso Bonfiglio había sido parte de una corporación belga del rubro de la construcción donde había aprendido mucho y crecido tanto a nivel laboral como personal. La valoración y el respeto que tenían por su desempeño era tan alto que en diciembre de 1999 lo habían premiado como el mejor director delegado de la compañía. Sin embargo, en marzo de 2000, cuenta, el presidente internacional de la organización decidió salir del grupo y a partir de ese momento se produjeron varios cambios. El más importante fue el cierre de varias de las fábricas y, como consecuencia, la reducción de personal. Y sin esperarlo se quedó sin trabajo a los 55 años. “La decisión me tomó totalmente por sorpresa, me sentí muy mal y frustrado porque había dejado todo por la empresa, me sentí muy decepcionado”, dice Alfonso, a la distancia.

Crisis como sinónimo de oportunidad

El despido de Alfonso se dio en el marco de un país que comenzaba a vivir la peor crisis política, económica y social de la historia que desencadenó en la renuncia del presidente Fernando De La Rúa en medio de protestas, muertes y saqueos a lo largo y a lo ancho de la Argentina.

No era el mejor momento para comenzar a buscar trabajo y más aún a los 55. Todas las semanas cerraban empresas y más personas quedaban en la calle. Sin embargo, como estaba totalmente acostumbrado a trabajar en relación de dependencia, Alfonso rearmó su CV y empezó a llamar a sus conocidos para decirles que estaba desocupado. “Mi idea era seguir con el mismo perfil, continuar siendo gerente de una multinacional, pero en ese contexto del 2000 y 2001 no había lugar para mí. Mis amigos me aconsejaban que buscara por otro lado. Yo soy 100% operativo, venía de trabajar en una fábrica, de vender, de producir, pero también me di cuenta que había armado desde cero algunas empresas para otros. Entonces me dije: `¿por qué no puedo hacer algo para mí`. Y empecé a ver, a evaluar otras alternativas para poder desarrollar”.

Era el peor momento para emprender, pero era la única salida que tenía. No había muchas opciones. Tenía que reinventarse a la fuerza, debía conseguir ingresos para seguir pagando la obra social de su familia y demás gastos.

Más allá del duro golpe que había recibido y en medio de tanta crisis y malas noticias, Alfonso se fue dando cuenta que por más complicado que resultara el panorama estaba ante una nueva oportunidad en su vida. Debía animarse a sentarse del otro lado del mostrador y a utilizar su creatividad y todo lo que había aprendido en los últimos 20 años para armar algo propio.

“No se me cayeron los anillos”

Casi por casualidad, cuenta, se encontró con Pedro Guida y Ricardo Flores, que habían sido Gerente General y Gerente de Producción respectivamente de una empresa proveedora de materiales de construcción que al igual que él se encontraban desempleados. “Me vinieron a ver para preguntarme qué estaba haciendo. Nos empezamos a juntar y tomamos la decisión de arrancar una empresa para fabricar materiales de construcción como masilla y elementos para el piso. Con los pocos ahorros que teníamos alquilamos un garaje de 30 metros cuadrados en Villa Adelina (provincia de Buenos Aires) y en esa aventura de emprender se nos ocurrió crear una masilla para placa de roca de yeso, dado que yo venía de una empresa que fabricaba placas de roca de yeso y tenía algunos contactos”.

Desde el inicio tomaron la decisión de que venderían a través de distribuidores, pero para que los potenciales compradores se interesaran en el producto, previamente les pedían como requisito que primero sea probado y aprobado por sus instaladores. Por esa razón, Alfonso todos los días recorría decenas de kilómetros para ofrecer personalmente la masilla a los futuros clientes. “Lo hice cientos de veces, fui a dónde tuviera que ir: La Plata, la calle Florida, obras en Nordelta. Les llevaba la masilla y les decía: `Fijate esta qué te parece`. No se me cayeron los anillos, tuve que cambiar el chip. Si había que llevarle a los instaladores, por supuesto que lo iba a hacer”, afirma.

Disciplina y constancia

El objetivo de Alfonso y de sus socios era tener la mejor masilla del mercado. Así fue que empezaron testeando con los instaladores la primera fórmula (X1) y cuando llegaron a la fórmula 22 consiguieron el acuerdo de que era el mejor producto, el primero que sería patentado.

“Como cualquier emprendedor trabajábamos entre 8 y 12 horas o más, lo que hiciera falta, había días interminables. Nos reuníamos todos los días a las 8 de la mañana y definíamos qué haríamos: llamar a distribuidores, visitar proveedores o comprar materia prima. Desde el inicio lo tomamos como un trabajo muy serio donde la disciplina y la constancia era el secreto para poder ir hacia adelante”.

Una vez que consiguieron la tan ansiada fórmula, cuenta Alfonso, empezaron a correr la voz sobre el nuevo producto. “Teníamos una amplia cartera de clientes de nuestros trabajos anteriores. Contactamos al proveedor más grande y nos pidió que quería que su instalador hiciera la prueba, entonces fuimos hasta la calle Florida caminando con un balde de 30 kilos. Nos dijo que no le servía sin haberla probado. Volvimos a la fábrica y cambiamos la estrategia de marketing, modificamos el packaging que era muy casero y fuimos. La probó y nos dijo qué era lo que necesitaba. Si bien en ese momento el 50% de la masilla era importada, nosotros de a poco nos fuimos acomodando y empezamos a tener un mercado chico. Nuestra mirada de multinacional nos permitió poder anticiparnos y proyectarnos”.

Un crecimiento inesperado

De esa forma Alfonso y sus socios estaban dando a luz a Anclaflex, una empresa argentina dedicada a la fabricación de pinturas y revestimientos 100% nacionales.

Seguramente en ese momento los tres emprendedores no se hubieran imaginado que en 2020, en plena pandemia, la empresa iba a aumentar su capacidad de exportación en un 60% e iba a facturar aproximadamente $470 millones. Mucho menos que iba a tener 126 empleados.

Una de las claves del éxito de aquella aventura que había surgido en plena crisis fue la incorporación de Emiliano, el hijo de Alfonso que en ese momento tenía 18 años. “Cuando nosotros arrancamos, él estudiaba Ciencias Económicas. En ese momento era el único empleado que nos acompañaba en la empresa. Fue creciendo y viendo todo el día a día. Ricardo le explicaba todo lo vinculado a la materia prima, a la producción y yo lo relacionado con las ventas y cobranzas. Su juventud nos hizo ver cosas que nosotros no observábamos y con la rapidez que cambian las cosas a lo mejor a nosotros nos costaba tomar algunas decisiones. Entonces, su llegada fue muy importante porque armó un equipo joven con otra cabeza, eso le dio un soplo de aire nuevo a la compañía, algo que se ve traducido en los que nos está pasando en estos últimos cinco años”, dice su papá.

“Es importante no quedarse quieto”

Ya pasaron 20 años del desastre del 2001 y Alfonso dice que todo lo que fue logrando con su empresa superó ampliamente sus expectativas y está convencido que seguramente lo seguirá superando porque siempre quedan muchas cosas por hacer.

A punto de cumplir 75 años y tras haberse reinventado cuando se quedó sin empleo en plena crisis, a la gente que se encuentra sin trabajo Alfonso desea compartirles un mensaje de esperanza. “Siempre hay que pensar que la cosa va a estar mejor, no hay que bajar los brazos. Yo creo que si uno no baja la guardia, va para adelante, busca un proyecto, una manera de salir, todo después se va acomodando. Pero es importante no quedarse quieto”.

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